Esta es la pregunta que se formula el director, Marc Pierschel, al inicio del largometraje. Durante una hora y media Pierschel nos hace viajar de Alemania a la India, de los Estados Unidos a Gran Bretaña.
Para convencernos con cifras y datos de que una dieta vegetariana evitaría muchas enfermedades de este siglo; de que el consumo de carne animal es inmoral puesto que sacrificamos seres vivos sin que sea necesario este holocausto, sólo para satisfacer nuestro paladar.
La producción industrial de carne animal resulta también inmoral porque hoy en día sabemos que encima contribuye al calentamiento global y es el mayor causante de la extinción de las especies animales. The end of meat se exhibirá, como absoluto estreno en España, en el marco del Another Way Film Festival de Madrid. La 4ª edición de este Festival de Cine sobre Progreso Sostenible de Madrid se desarrollará del 4 al 7 de octubre en la Cineteca.
Pierschel nos hace mirar de frente esas realidades que nos son ocultadas o que conocemos pero delante de las cuales optamos por cerrar los ojos. A menudo nuestra relación con la carne se limita a la bandeja de poliestireno donde alguien ha preparado antes de nuestra llegada al super dos pechugas de pollo listas para el consumo. En el documental desfilan también imágenes de pollos pero con muy mala pinta. Vemos fotos tomadas a hurtadillas en mataderos (el nombre de hecho es muy parlante) que sacan a la luz el maltrato y el suplicio de los animales. Jo Anne MacArthur, una fotoperiodista especialista del tema, comenta ante la cámara que si el ciudadano viera lo que está haciendo la industria cárnica todo el montaje caería por su propio peso. Y ese es uno de los objetivos de ‘The end of meat’: desvelar lo que muchos ciudadanos imaginan, sospechan, incluso temen pero que no conocen de primera mano.
Si algunos abusan y maltratan a los animales, otros intentan por el contrario ayudarlos y rescatarlos, como las personas que deciden abrir santuarios de animales, espacios protegidos donde los animales de granja, huidos o rescatados de mataderos, pueden llevar una existencia plácida y tranquila sin pedirles nada a cambio. Algunos activistas llevan de excursión por el bosque las vacas lecheras salvadas del matadero y las pasean como si se tratara del perro de caza. Otros activistas acarician a la oveja salvada in extremis de las manos del matarife como si se tratara de su gatito de angora. Es interesante el testimonio de Harmut Kiewert, un artista que retrata la utopía soñada por los activistas defensores de los derechos de los animales. Él pinta lienzos donde los animales se pasean por centros comerciales y se mezclan con los humanos porque, según él, hoy en día sólo tienen derecho a personarse en estos espacios en tanto que zapatos o salchichas.
El documental apela a la emoción del espectador pero también al intelecto. La cuestión de fondo es saber qué creemos respecto a los animales. ¿Creemos que son objetos, cosas que podemos usar y tirar sin más o más bien creemos que son seres vivos con derecho a vivir porque sí, como los humanos? Este es el quid de la cuestión.
Los teóricos de los derechos de los animales aparecen también en la pantalla para sostener que deberíamos considerar a los animales domésticos como cociudadanos nuestros, con derecho a la vida, claro está, pero también con derecho a la sanidad y a ser representados políticamente. ¿Pero cómo se entiende eso en la práctica? Es simpático y curioso el caso de la escritora y periodista turco-alemana Hilal Sezgin, quien decidió un buen día mudarse al campo para vivir ‘en comunidad’ con los animales. Tiene un rebaño de ovejas del que no saca ningún provecho, para sorpresa de muchos. Ni leche, ni carne ni nada de nada. Sezgin simplemente se sienta en el prado entre sus ovejas, que tienen el derecho a vivir, como enuncia ella en el documental, sin contraprestaciones, sin propósito declarado ni utilidad para la sociedad. Como los humanos. Ellas quieren vivir. Nadie tiene derecho a matarlas.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/09/18/alterconsumismo/1537277658_398711.html