Muchas ciudades europeas se están quedando sin los gorriones, unos habitantes esenciales para seguir manteniendo un equilibrio necesario también en un medio de hormigón, asfalto y árboles.
Se está ya reconociendo que esta desaparición es un problema ya habitual en las urbes y que afecta especialmente a un ave de barrio: el gorrión común, una de las aves que componen el 20% de las especies que existen en el mundo que son imprescindibles para devolver la biodiversidad en las ciudades.
Ningún ave silvestre pasa tanto tiempo a nuestro ha evolucionado adaptándose a los diferentes cambios en los asentamientos humanos, haciendo que hoy en día resulte casi imposible encontrar gorriones en lugares alejados de los núcleos habitados por el hombre.
Desde las últimas décadas del siglo XX, la especie ha visto disminuir sus ejemplares año tras año, especialmente en las principales capitales europeas. Es el caso de Berlín, París y Praga, en las que las poblaciones han disminuido de forma drástica. En otras como Londres, Bruselas, Amberes, Gante o Hamburgo los gorriones han desaparecido prácticamente.
Según Naciones Unidas, actualmente más de 55% de la población mundial vive en ciudades y en 2050 esta cifra llegará al 68%. Las ciudades representan aproximadamente dos tercios de la demanda de energía primaria y producen el 70% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono.
Por ello, las soluciones a algunos de los principales desafíos a los que se enfrenta la humanidad, como el cambio climático, la escasez de recursos o la pérdida de biodiversidad, deben resolverse en estos lugares. Y acuerdos tan importantes con el de París y la Agenda 2030 dependen en gran parte de las acciones locales de las ciudades.
Teniendo en cuenta que el 20% de las especies de aves que existen en el mundo y el 5% de las plantas vasculares habitan en las ciudades y que algunas de esas especies están amenazadas, se torna imprescindible devolver la naturaleza y conservar la biodiversidad en las ciudades. No sólo por cuestiones éticas, ecológicas, económicas o culturales, sino también por nuestra propia supervivencia como especie.
El buen estado de la biodiversidad es un elemento fundamental para el funcionamiento de los ecosistemas y un mundo empobrecido en biodiversidad será mucho más hostil para el ser humano.